Ahora que se acerca el Barça-Milan, se me ocurre que la clasificación
bien podría resolverse a lanzamientos desde el punto de penalti. Y
vuelve a mi memoria un suceso: la primera constatación de una tanda de
desempate a penaltis en la historia data de hace más de 50 años. Fue en
Cádiz, en el Trofeo Carranza, y ganó el Barça al Zaragoza.
Aunque hoy suene raro, hubo tiempos en los que no se resolvían los
empates así. Se resolvían con uno, dos o hasta en su caso tres (tal cosa
ocurrió en una final de Copa de Escocia) partidos de desempate. Y
cuando el tiempo apretaba, por moneda al aire o algún otro modo de azar.
España dejó de ir al Mundial de Suiza (1954) porque en el desempate con
Turquía, en Roma, acabado a su vez en empate tras prórroga, un bambino sacó de una copa el nombre de Turquía.
En busca de evitar la moneda (o la mano inocente en la copa) se
arbitraron distintas soluciones aquí y allá. Fue bastante extendida la
de prórrogas de un cuarto de hora (tras la prórroga verdadera, de media
hora) cambiando de portería cada vez, hasta que alguien marcara un gol,
en cuyo caso acababa el partido. Así vi, por ejemplo, al Betis eliminar
al Madrid de la Copa cuando acababa de ganar la Sexta Copa de Europa,
con los ye-yés.
Se probaban varias fórmulas, aquí y allá, ninguna convencía. Y a
medida que había más actividad futbolística, y por consiguiente menos
fechas para desempate, el problema se hacía más acuciante.
La
solución llegó de Cádiz, vieja y sabia tierra. Una tierra a la que no
solo debemos el garum, el cante por alegrías y la Pepa. También le
debemos el invento de las tandas de penaltis.
Se juntaron la necesidad del Carranza de resolver los empates por vía
rápida y el ingenio de un gaditano, de nombre Rafael Ballester. El
Carranza, nacido a finales de los cincuenta, fue junto al Teresa
Herrera, la gran cita futbolística del verano. Tiraba de los grandes
equipos nacionales (ahí presentó el Madrid a Didí en suelo español) y de
los mejores de Europa o Sudamérica, en años aún sin tele, o sin apenas
tele, en los que todo era nuevo y deslumbrante. Fue el acontecimiento
del verano hasta los setenta.
Con un problema: se jugaban las semifinales el sábado y la final de
vencidos y la final verdadera el domingo. Los desempates del sábado eran
mortales. Impensable jugar prórrogas de 15 minutos alternativas tras la
prórroga. Para la edición de 1958 se pensó dar ganador en los empates
al equipo que menos córners hubiera cedido en la prórroga. Resultó poco
convincente.
Entonces surgió la propuesta de Rafael Ballester, directivo del Cádiz, colaborador con alguna frecuencia del Diario de Cádiz,
que desde las páginas de este periódico lanzó la idea de que los
desempates se resolvieran con sendas tantas de cinco lanzamientos desde
el punto de penalti para cada equipo. La idea pareció interesante, y la
primera ocasión de ponerla en práctica llegó en la final de 1962.
Fue una gran edición, como lo eran todas las de entonces, aunque
faltara el Real Madrid, favorito de la ciudad y que había ganado las dos
anteriores. Como campeón, el Madrid habría tenido derecho a participar,
pero le interesó más otro programa. Jugaron Barça, Inter, San Lorenzo
de Almagro (repescado a última hora por fallo del Peñarol, anunciado en
los programas) y el Zaragoza, que iba de telonero. Pero se estaba
gestando un gran Zaragoza, que en la semifinal ganó 4-2 al Inter de
Helenio Herrera con su lujosa delantera formada por Jair, Maschio,
Hitchens, Suárez y Corso. A su vez, un Barça de entreguerras batiría al
San Lorenzo de Almagro (con el gran Sanfilippo como estrella, autor de
los dos goles) por 3-2.
Final española, pues. Y final que tras 0-0 en el tiempo reglamentario
pasó a la prórroga. En ella se adelantó el Zaragoza (favorito del
público, siempre con David frente a Goliat) con gol de Marcelino nada
más iniciarse ese periodo, pero a tres minutos del final empató el
pequeñísimo delantero Re.
Y entonces se produjo el hecho, la primera tanda de penaltis. Y la ganó el Barça.
El árbitro era el portugués Joaquim Campos, que había sido instruido
previamente por el delegado, De la Fuente, del acuerdo de desempatar
así. Se sorteó y tocó que lanzara primero el Zaragoza. Los cinco
seguidos, ese era el acuerdo. Tiró Duca (brasileño, Adrualdo Barroso da
Silva Lima por nombre completo) y gol; Seminario, gol; Lapetra, al
poste; Santamaría, fuera; Yarza (el portero), gol. Total, tres. Cambio
de portería entonces y lanza el Barça: Benítez, gol; Re, gol; Camps,
rechaza Yarza al palo y el balón no entra; Cubillas, rechaza Yarza con
el pie; Rodri, gol. Tres a tres. Se discute entonces si otra tanda (sólo
estaba prevista una) o la moneda. El partido había empezado a las 10 de
la noche, y era ya la una y media. Waldo Marco, presidente del
Zaragoza, pide moneda; Enrique Llaudet, presidente del Barça, confiado
en la superioridad técnica de los suyos, prefiere otra tanda. El alcalde
de Cádiz, León de Carranza, lanza moneda al aire para dilucidar. Gana
el Barça. Más penaltis. Y ahora el primero que lanza es el Barça.
Marcan consecutivamente Goyvaerts, Benítez, Re, Gracia y Vergés.
Cambio de portería y lanza el Zaragoza. Duca tira al poste entre un
¡Oooohhh! de decepción. El Barça es campeón. Ha ganado la primera tanda
de la historia. Recoge la copa entre pitos: la gente iba con el
Zaragoza, por ser el débil y porque al ganar el Barça suponía que
repetiría el año siguiente, lo que se interpretaba como que no podría
acudir el Madrid, el favorito de la ciudad.
Los penaltis de desempate empezaron a utilizarse un poco por aquí y
por allá, pero tardaron en homologarse. Aún Italia pasaría a la final de
la Eurocopa de 1968, contra Yugoslavia, eliminando a la URSS por
penaltis, tras desempate no resuelto. En 1970, un árbitro alemán,
llamado Karl Wade, recomendó en la UEFA este sistema, que lo incorporó a
las competiciones europeas a partir de la 1971-72, aunque no para
finales. Aún la final de Copa de Europa Atlético-Bayern, en 1974, se
resolvió en desempate. Pero ya entraron con todo el derecho en la
Eurocopa de 1976, cuya final, Checoslovaquia-RFA, fue resuelta en los
penaltis, con el celebérrimo tiro de Panenka. En el Mundial España-82,
la RFA pasó a la final tras batir a Francia en los penaltis, en Sevilla.
Y la final del Mundial de EE UU, 1994, se la ganaría Brasil a Italia en
los penaltis, tras famoso fallo de Baggio.
Hoy los penaltis son algo común, muy telegénico y nada discutido. La
UEFA le atribuye el invento a Karl Wade. Mal hecho. La ocurrencia fue de
Rafael Ballester, en el Carranza, hace ya más de 50 años. Y la primera
vez que se pusieron en funcionamiento sirvieron para darle al Barça
aquel bonito y lejano Carranza.
Conste en acta, por si mañana acabamos el partido en lanzamientos desde el punto de penalti.
Noticia: http://deportes.elpais.com/deportes/2013/03/10/actualidad/1362943341_736376.html
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