Rusia ocupa un imperio, China un latifundio, y España una huerta. Los
accesos están cerrados, pero de vez en cuando pueden ausentarse los
dueños. Cuando una se mueve, la siguiente en la línea salta a su
posición. China resolvió reservar a su equipo de natación sincronizada
en estos Mundiales de año post-olímpico. Las causas exactas son un
misterio. Tal vez el cansancio. Quizá una remodelación. El mérito de
España consistió en perseverar para hacerse con el latifundio, aunque
sea hasta que las chinas regresen a casa. Mientras tanto, Clara Basiana,
Alba Cabello, Ona Carbonell, Margalida Crespí, Thais Enríquez, Paula
Klamburg, Meritxell Mas y Cristina Salvador se hicieron con la plata en
la final de equipo técnico. Es previsible que, en ausencia de las
nadadoras orientales, las españolas ganen otras dos platas en la prueba
de equipo libre y en el combo.
Rusia se mantuvo en cabeza a pesar de que incorporó a cinco nadadoras
nuevas con respecto a la convocatoria de los Juegos de Londres. Su
seleccionadora, la enérgica Tatiana Pokrovskaia, de gesto severo, domina
la natación sincronizada con un ejército de niñas implacables que se
renueva a ritmo mecánico desde 2007.
Ayer le preguntaron cuál era
el secreto de su producción. “Cuando el trabajo es una gran parte de tu
vida no piensas en cómo hacerlo, simplemente lo haces”, dijo, sin
permitirse ni una sonrisa. Sus niñas inexpertas bajaron la puntuación
respecto a la obtenida en los Mundiales de Shanghai: de 98,300 a 96,600.
No fue un problema porque todos los equipos tuvieron un bache.
En Shanghai, España obtuvo 96,000 puntos y ayer hizo 94,400. En
Shanghai las chinas se hicieron con la plata. Ayer, no estaban. ¿Qué
pasó con las chinas? “Ellas sabrán qué problemas tienen para no haber
venido”, dijo la seleccionadora española Esther Jaumá.
El orden jerárquico de la natación sincronizada está tan definido que
da la impresión de que los equipos han venido a Barcelona para
inscribirse cada uno en su compartimento. Comparecen, prestan
declaración ante el tribunal, les cuelgan la correspondiente medalla, y
se marchan de vacaciones para reponer fuerzas y prepararse para el
siguiente papeleo administrativo, en los Europeos de 2014, en los
Mundiales de Kazán de 2015, o donde corresponda. Esta suerte de
equilibrio biológico-funcionarial consta de tres áreas. En la cúspide
del organigrama se asienta Rusia y su escuela. Por debajo se sitúan
China y España, dos potencias que hace dos décadas no existían. Fuera
del podio se empadrona la casta de los intocables. Ucrania, Francia,
Japón y la República Popular de Corea, padecen la mirada desatenta de
los jueces. Ya pueden diseñar trajes de baño revolucionarios,
coreografías vanguardistas, hilar acrobacias en cantidades industriales o
sumergirse en apneas peligrosamente largas, que la mayoría de los
árbitros les escamotearán puntos. Las dilaciones y el conservadurismo,
que forman parte de la historia de este deporte, han alcanzado su máximo
apogeo en la cita de Barcelona.
“Esto puede parecer fácil”, dice
la directora técnica española Ana Montero, “pero en 1998 éramos
undécimas. Ganamos la primera medalla en el Mundial de 2003 y desde ahí
nos mantenemos porque estamos concentradas todo el año, porque sabemos
el método y la disciplina de trabajo, y porque mantenemos una idea de
esfuerzo”.
La cuádruple medallista olímpica Andrea Fuentes explica que la
previsibilidad de la competición tiene motivos estructurales y
coyunturales: “Ocurre cuando la diferencia entre los equipos es muy
grande. Normalmente, la sincronizada es siempre así. Entre 2007 y 2009
éramos siempre segundas. Entre 2011 y 2012 China se metió en medio y
hubo un pique porque estuvimos muy igualadas. Ahora no hay tanta
igualdad. Los jueces son conservadores, pero hay cosas que no dependen
de ellos. En general, han valorado mal a la República Popular de Corea y
a Japón”, apunta.
La situación puede ser tediosa para el público y frustrante para las
nadadoras. La vida en el equilibrio perpetuo puede ser tanto o más
difícil que en crisis. El malestar se extiende a todos los individuos.
Desde el tiburón blanco, en el vértice de la pirámide alimenticia, hasta
la última sardina. Svetlana Romashina es el tiburón. La rusa de ojos
escrutadores y frente de espolón expresó su pesar cuando le preguntaron
cómo se sentía tras haber ganado el oro por equipos en cuatro Mundiales
sucesivos desde 2007. “Lo más difícil”, dijo, “no es ganar las medallas
por primera vez, sino conservarlas”.
Bien lo sabe España, que cada
año sufre más para conservar los bronces y estar en disposición de
hacerse con las platas del territorio chino.
Noticia: http://deportes.elpais.com/deportes/2013/07/22/actualidad/1374516527_360674.html
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