Mucho más que 'La batalla de los sexos'

 


Hace ahora 40 años, La batalla de los sexos empieza con La Masacre del día de la madre. Es 1973 y en las dos citas está Bobby Riggs. Un tipo con el que nadie quiere jugar ya al póker, porque siempre gana. Un tenista de 50 años al que no le importa arrastrar su título de dobles de Wimbledon si dar exhibiciones agarrando un bolso con una mano, empuñando con la otra la raqueta y sorteando sillas le da unos dólares extra. Un obseso de las apuestas activas, es decir, con él participando: al golf, al tenis, al basquet, lanzando cartas de póker para encestarlas en un cubo de basura… lo que sea. Riggs es especialista en shows y en hacer dinero. Un día tiene una idea. Proclamar que el hombre es superior a la mujer. ‘Argumentarlo’, ya en la cincuentena, destruyendo en un partido de tenis a Margaret Court, entonces ya un mito (La Masacre del día de la madre: 6-2 y 6-1). Redondear la operación retando después a Billie-Jean King, fundadora del circuito femenino, campeona de doce grandes. Es La Batalla de los Sexos. La ven en la pista 30.000 espectadores, el récord.


 
Tras semanas de publicidad (Billie sacando bíceps, Griggs tocándoselo, y viceversa), la tenista aparece portada por cuatro culturistas igual que si fuera Cleopatra, y el tenista rodeado de modelos. 90 millones de telespectadores observan por la tele. Ocurre una cosa que colea incluso hoy: Billie Jean King, de 30 años, arrolla 6-4, 6-3 y 6-3 a Bobby Riggs, se lleva 100.000 dólares de la época como premio y proclama el fin de una era. “No se trataba de tenis. Se trataba de lograr un cambio social. Eso lo tenía claro cuando entré en la pista”, dice luego.

En 1970, la estadounidense había liderado a otras ocho estrellas en una ruptura radical: reclamando igualdad en los premios con respecto a los que recibían los hombres (hasta el triple para estos), habían formado su propio circuito, que se convertiría en la WTA (el actual) en 1973. Su obra quedó consolidada por su triunfo ante Riggs, que sirvió como elemento de propaganda. Hoy, el tenis femenino es junto al golf el deporte que asegura más ganancias a las mujeres, y los cuatro torneos más importantes (Abierto de Australia, Roland Garros, Wimbledon y Abierto de Estados Unidos) han roto con el pasado y pagan lo mismo a sus campeones, sean hombre o mujer. Serena Williams, la actual número uno, acaba de romper la barrera de los 50 millones de dólares en premios. El tour, además, celebra su 40 aniversario acunado en la idea de que es una fuerza que sirve para la transformación social en todo el mundo, ya que tiene citas en Asia, América, Europa, Oceanía y África. El debate de la igualdad, en cualquier caso, sigue vivo.

Por miedo a las consecuencias, muchos tenistas del vestuario masculino callan en público lo que dicen en privado. No todos: “Creo que los hombres merecemos más por varias razones. Nuestro calendario es más largo, nuestros partidos duran más y el público prefiere nuestros partidos (…) Pregúntele a Sir Alex Ferguson por qué sus jugadores tienen salarios diferentes aunque jueguen en el mismo equipo”, tuiteó el ucraniano Stakhovsky, tenista miembro del Consejo de Jugadores, y por lo tanto altavoz de las opiniones de muchos compañeros. 

Cuarenta años después del triunfo de King, abundan los tenistas que piensan que es injusto que hombres y mujeres cobren lo mismo. Ellos, dicen, compiten a cinco sets en los cuatro torneos del Grand Slam, por las tres mangas de las mujeres.  Eso, explican, redunda en más horas de exposición televisiva para sus patrocinadores, lo que a su vez les debería reportar más ingresos, según su versión. Con el argumento de la calidad de los partidos agotado por el carácter cíclico del deporte (si hoy la competición femenina está desbravada y destaca la masculina, hubo tiempos en los que fue al revés), la WTA, la institución que ayudó a fundar King, no hace oídos sordos a esas opiniones. Este mes, para escándalo de varias jugadoras que no se consideran preparadas, Stacey Allister, la presidenta del organismo, anunció que las mujeres estaban listas para los agotadores cinco sets. “Las jugadoras están dispuestas, deseosas y capaces. Todo lo que tienen que hacer los torneos es pedirlo”, dijo la directiva, quizás soñando con partidos femeninos tan largos como las 5h 53m que enfrentaron a Novak Djokovic y Rafael Nadal en la final del Abierto de Australia 2012.



 

 Sin embargo, la victoria de King en La Batalla de los sexos no tuvo nada que ver con los pulmones y el largo aliento, con la capacidad de sufrir agotando horas en el reloj. Fue un alegato a favor de la capacidad competitiva de la mujer, un grito para anunciar que tan entretenidos podían ser sus partidos como los de los hombres, el puñetazo en la mesa para que se les considerara tan profesionales, tan dedicadas a su deporte y tan exigidas como a ellos. Aquel día de hace 40 años, antes del partido, King le regaló un cerdo a Riggs. Riggs le regaló a King una piruleta gigante insinuándole que la chupara. Ambos quedaron retratados por sus regalos. Hoy, cuando la afición a las apuestas del derrotado sigue tiñendo de sombras la victoria de King, importan mucho más sus palabras tras la victoria: “Cuando empecé, esto era un deporte solo para ricos y solo para blancos. Desde entonces, quise cambiarlo”.


Artículo: http://blogs.elpais.com/mujeres/2013/09/la-batalla-de-los-sexos-empieza-con-la-masacre-del-d%C3%ADa-de-las-madres-es-1973-y-en-las-dos-citas-est%C3%A1-bobby-riggs-un.html

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