Los
criterios a la hora de comparar el talento de los pilotos de carreras
son absolutamente subjetivos, de la misma manera que los números que
dejan sus estelas son incuestionables. En ese sentido, los de Vettel
hace tiempo que han adquirido mucho relieve en los libros que recopilan
la historia de este tinglado, en los que ya figura como uno de los
corredores más reputados. Este cuarto Mundial consecutivo le coloca en
el mismo plano que Prost, por más que Vettel haya logrado el póquer 12
años antes que el francés; y le sitúa a uno de Juan Manuel Fangio, que
lo consiguió tras haber cumplido ya los 45; y a tres del Kaiser (siete),
que lo hizo a los 32.
Como punta de lanza de una estructura de nueva creación como Red
Bull, nacida en 2005 de las cenizas de Jaguar, el chico de Heppenheim
irrumpió en el certamen como un trueno, logró una hazaña tan destacable
como imponerse al volante de un Toro Rosso (antigua Minardi) en 2008
(Monza), y estuvo cerca de dar la campanada el curso siguiente, ya en un
Red Bull. Desde entonces y hasta ahora nadie ha podido detenerle, de
modo que él ha ido barriendo todos los récords de precocidad
establecidos hasta encasquetarse esta última corona.
Para que todo
cuadrara en India, Vettel solo tenía que terminar entre los cinco
primeros, un objetivo chupado para alguien cuyo peor resultado hasta la
fecha eran dos cuartos puestos (China y Montmeló), al margen del
abandono que sufrió en Silverstone, eso sí, cuando lideraba el pelotón.
Por si tales circunstancias no fueran suficientemente favorables para
él, Fernando Alonso, el único que conservaba opciones matemáticas de
retrasar el fiestón de la tropa del búfalo rojo, tuvo un roce con Mark
Webber al enroscar el primer viraje y ambos se autoeliminaron de la
gresca por el peldaño más alto del cajón.
Con el viento a su favor y una estrategia tan sorprendente como
acertada, Vettel, desde la pole, enfiló el taller en el segundo giro
para quitarse de encima las gomas blandas, se reincorporó a la pista el
17º y fue culebreando por entre el rebaño como un auténtico poseso hasta
volver a recuperar la batuta (vuelta 29). Su mandato aún se reforzó un
poco más cuando Webber tuvo que abandonar por una avería en el cambio
(vuelta 40). A partir de
ese momento, el Niño Maravilla de Red
Bull se limitó a rodar hasta cruzar el primero para adjudicarse su sexta
victoria de carrerilla, la décima en total, por delante de Rosberg y
Grosjean.
Esta fue la última exhibición de su extraordinaria habilidad y
determinación, y de la superioridad a todos los niveles de Red Bull, que
con este resultado y la 11ª plaza de Alonso certificó también su cuarto
título de constructores, otro doblete que vuela hacia Milton Keynes
tres grandes premios antes del final. Eso, en una temporada que
teóricamente debía ser una de las más competidas de los últimos tiempos y
que por la incomparecencia de unos (McLaren), la flojera de otros
(Ferrari) y la inconsistencia de los de más allá (Mercedes y Lotus),
terminará siendo un paseo por las nubes para la escudería de la marca de
bebidas energéticas y su figura más universal. A día de hoy, Vettel
está a un triunfo de los 11 que coleccionó en 2011 al volante del RB7,
considerado por muchos el coche más dominante de la historia, e incluso
puede igualar los 13 de Michael Schumacher en 2004 (Ferrari), la
plusmarca absoluta. Un final de cuento para un piloto de cine, el más
pequeño de entre los más grandes.
Artículo: http://deportes.elpais.com/deportes/2013/10/24/actualidad/1382631183_205442.html
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