Es legítimo preguntarse qué hubiera sido de este hombre grande (en él
todo es grande, las manos, la cara, el cuerpo, los trajes) si no lo
hubieran bendecido la pasión y un éxito. Su vocación fue el fútbol, su
suerte fue caer en el Madrid desde que era un crío, y su aventura fue en
el equipo blanco, y tan feliz fue su trayectoria que acabó convertido
en entrenador.
Esa felicidad se rompió bruscamente cuando, en la primera etapa de Florentino Pérez como presidente, este juzgó necesario sacarlo del banquillo porque prefería más glamour
en esa zona del club blanco. Si la naturaleza del fútbol no fuera tan
cambiante, esa humillación (pues no la hay peor que la de no ser querido
por los tuyos) le hubiera acompañado siempre.
Pero poco a poco, como camina él, como caminaba Pablo Neruda, por
cierto, yendo de un lado al otro de su cuerpo, restituyó las cosas rotas
y un buen día convirtió a la selección española de fútbol en campeona
del mundo.
Como si esa flor no tuviera otoño, luego revalidó el título europeo que había ganado en la misma lid el ahora ya desaparecido Luis Aragonés, y este hombre de manos grandes y de ojos que enrojecen con la emoción o la rabia es un héroe nacional.
Acaso es esa trayectoria, que tanto dice de la voluptuosidad de la
vida, lo que le ha puesto sus enormes pies sobre el suelo. No se cree
que sea tan bueno como dicen ni que todo se deba a él. “Es que los
futbolistas cuentan mucho, y los que tengo son extraordinarios”. Pero ¿y
qué hubiera sido de él sin esos éxitos? “Pues no sé, qué sabe uno qué
hubiera podido ser. Pero yo soy Vicente, Vicente del Bosque; y cuando
deje esto, cuando toque, seré el que soy hoy, Vicente del Bosque”. Ahora
también es marqués. “Pero soy Vicente, déjate de honores. El honor es
una cosa que se tiene sin que te lo den”.
Ahora se enfrenta a una
nueva prueba. Con su traje de recibir visitas, más sonriente que en los
banquillos, donde domina sus nervios golpeándose los puños cerrados
contra los muslos, se refiere a ella, la Copa Mundial de Brasil, con aplomo de maestro.
–¿Con respecto a qué es más optimista, a la recuperación de este país o al Mundial?
–Al
Mundial; en cinco meses saldremos de la duda. En cuanto a la
recuperación del país, el proceso será más largo, pero saldremos. En el
Mundial de fútbol perderán 31, solo uno va a ganar de los 32. Pero sí me
gustaría que al terminar todos los españoles dijeran: “Pues hemos
tenido unos chavales que se han vaciado, que lo han hecho bien, que nos
han representado bien…”.
–A lo mejor hay que preparar a la gente para la derrota…
–… Para la derrota no se prepara uno.
–Rudyard Kipling
decía que la victoria y la derrota son dos impostores a los que
afrontar con el mismo espíritu. Mire lo que pasó ante los Juegos
Olímpicos, que nos creímos los reyes del mundo y nos derribó la
realidad. Quizá ahora los españoles, acostumbrados a tanta victoria
futbolística, no tienen en la cabeza que salga cruz en el Mundial.
–Yo soy muy realista cuando hablo del Mundial, y ese ejemplo de los
Juegos Olímpicos, precisamente, siempre me dio miedo. No venía a cuento
tanto optimismo. No sería bueno que nos pasara lo que le pasó a Francia
en Corea, que iban de favoritos y ya ves…, o lo que le ocurrió a Italia
en Sudáfrica, que iban de campeones y no pasaron de la primera fase… Y
para eso sí que nos tenemos que preparar, para no caer en ese error.
Quizá
porque viene de perder (aquella expulsión del Madrid no se borra del
alma, no se puede), alerta contra la moral de victoria que también
respiran los medios y los aficionados. El impostor del éxito al que
aludía Kipling en su famoso poema If le da la materia para
expresar su estado de alerta. “Esto es así, somos muy buenos, tenemos un
estilo de juego muy reconocido, tenemos las ideas de lo que hay que
hacer. Pues lo que hay que hacer para salir adelante es aplicarnos con
modestia, con sensatez. Y no ser unos fantasmas y que nos creamos que
somos la hostia. Eso nunca: no somos fantasmas, ni somos la hostia. Hay
que ser normales, pues no somos otra cosa”.
La vida le puso los pies en el suelo, no solo porque pise ahora desde
el triunfo, sino porque le ha dado algunas advertencias. Es hijo de un
ferroviario perseguido por rojo, que lo siguió con devoción desde que
dijo, siendo un chiquillo, que iba a ser futbolista, y aunque tiene aire
de maestro de escuela republicano y paciente, es un saco de nervios.
Desde que llegó a la capital desde Salamanca, con 17 años, vigilado por
su padre y por su hermano Rafael, estuvo 36 años en el mismo club. “Cómo
no me va afectar dejarlo…”. Luego vino su trabajo como entrenador en
Turquía, una especie de exilio de su melancolía, aunque él la juzgue
“una experiencia fantástica y enriquecedora que viví durante 10 meses”, y
llegar a la selección… La vida misma le dio “el nacimiento de mi hijo
Alvarete”, que es, para él y para su familia, “una bendición”. Pero esa
misma vida “me obligó a pasar por el trago más amargo, la muerte de mi
hermano Rafael, a los 47 años, vencido por un cáncer”.
En el
Madrid, relata, ganó cinco Ligas como jugador, dos como entrenador,
cinco Copas, dos Copas de Europa… “Me siento afortunadísimo”. Él dice
que ha relativizado mucho los éxitos, “porque sé que solo soy un
entrenador. Como jugador, en el Madrid, era parte de un grupo
acostumbrado a ganar y en el que las derrotas marcaban mucho. De todas
formas, hemos sido muy afortunados. En lo profesional he podido acceder a
cosas impensables y me siento orgulloso de mi pasión, que es el fútbol,
de poder haber dado un Mundial y de haber ganado el Campeonato
Europeo”.
Hay una luz en este hombre, su hijo Álvaro. “Querer a este chaval… Si
existe la palabra amor, ahí está. Es lo que sentimos por Álvaro. No
digo nunca ‘te quiero’, me jode mucho decirlo, pero a él se lo digo
muchas veces: ‘Álvaro, te quiero’. Se lo digo muchas veces”.
Esa mañana que estuvimos juntos hablando del éxito y de lo contrario,
Vicente del Bosque había llevado a Álvaro al trabajo, una empresa de la
ONCE. “Se ha formado como auxiliar administrativo y hace funciones de
repartidor de correo, escanea documentos y los lleva; estamos
encantados”. Su madre creía que el chico tenía que haber ido con corbata
el primer día; a Vicente le da igual la corbata, él mismo la usa ya
como parte de un uniforme, pero como uno se lo imagina es dando vueltas
entre los jugadores, caminando como Neruda, en chándal.
–Y sí, claro que me emociono hablando de Álvaro…
–Es usted un hombre muy emotivo.
–Sí, parezco frío, pero claro que lo soy.
Álvaro nació cuando Vicente estaba entrenando al Castilla, el filial
del Madrid, hace 24 años. “Nos hicimos tres preguntas cuando supimos que
había nacido con síndrome de Down. Por qué nos ha tocado a nosotros fue
la primera pregunta. A la semana nos preguntamos: ‘¿Y por qué no nos
iba a tocar a nosotros?’. Y desde hace años nos preguntamos qué hubiera
sido de nosotros sin Álvaro”.
Con preguntas didácticas, dice
Vicente, “para alguien al que de sopetón le viene esa noticia; parece
que es muy duro, pero luego no lo es. Es una aventura feliz vivir con
Álvaro. Ahora voy a jugar con él los sábados y los domingos a pabellones
de la Comunidad de Madrid y convivo con otros chavales con igual
discapacidad, veo que tengo una obligación con ellos”.
Parece sereno Del Bosque. En sus ojos se ve a veces el rumor que va
por dentro, como una catarata de sentimientos, que quizá han sido
puestos en su sitio por Álvaro y por la experiencia de la vida. En esa
catarata cae, claro está, su marcha del Madrid… “Fui fiel a la empresa
durante 36 años y hasta el último día… Un buen empleado es aquel que
cree que la empresa no funciona si no está él, se cree muy importante.
Pero en el fondo sabe que cuando no esté, vendrá otro a hacerlo mejor,
pero es cierto que yo sentía el Madrid como algo mío. Cualquier cosa que
afectara al Madrid me afectaba a mí, era mi vida”.
–De modo que cuando lo echan, después de una buena campaña…
–Me dolió. Afirman que tengo rencor. No, no es eso. Tengo dolor, ni
en mis peores sueños esperaba que fuera a salir del club como salí.
Un dolor. Luego ha visto otras circunstancias inesperadas, que han
caído sobre su propia historia como metáforas. La campaña contra Iker Casillas,
que ya amainó; la incomprensión ante el esfuerzo de la familia de Guti,
“que venían todos los días en autobús desde Torrejón a que el chico se
entrenara”, o el esfuerzo de la propia familia de Iker para que su hijo
fuera quien ahora es… Esas evidencias entran en el saco de sus
melancolías, que vence como aquel poema de Kipling marca que se deben
vencer también las imposturas del fracaso o de la fama. “No he cambiado
nada, creo, en todas partes procuro responder a la simpatía que la gente
demuestra”. ¿Y en casa lo bajan de la nube, en todo caso? “No, allí es
como siempre fue”.
–¿Y qué dice Álvaro de sus éxitos?
–Pues él es el que más presume de padre, creo yo. Los otros pasan;
seguramente dentro de su inocencia cree que el padre ha llegado a algo grande. Yo tengo mis dudas.
Mire hacia atrás, Del Bosque. ¿Aquella familia humilde que pasó el
trauma de la guerra y de la dictadura le ha marcado para interpretar
ahora lo que pasa? “En estos momentos de dificultad, lo que se ve es que
fuimos capaces de salir de tiempos peores. Creo que la mayor parte de
la gente es tolerante, y que esa tolerancia (la palabra más bonita que
hay) nos ayudará a construir una España mejor. De este momento
saldremos, no somos un país aislado, estamos dentro de la política
europea. Ya ha pasado lo del vivir en el rencor de unos hacia otros. Y
es bueno recordarlo para que no vuelva a ocurrir”.
En la selección tiene gallegos, canarios, catalanes, andaluces.
Alguna vez, de broma, han dicho que debería ser presidente de una
hipotética república española. Lo que de verdad es el marqués de Del
Bosque es presidente de España, un equipo de fútbol al que es muy
aficionado, sobre todo su hijo Álvaro del Bosque, un muchacho de 24 años
que trabaja en una empresa de la Once que se llama Alentis.
Artículo: http://elpais.com/elpais/2014/03/13/eps/1394736115_356277.html
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