La noche del 7 de agosto de 1992 tocaron la gloria en el estadio
olímpico de Terrassa. Lloraron e hicieron llorar de alegría y emoción a
todo un país con la medalla de oro de hockey hierba
y recordaron cómo empezó todo, seis años antes, cuando el seleccionador
José Manuel Brasa las dejó solas y perplejas frente a una pizarra.
Visto en retrospectiva, coaching puro y duro. En el encerado de la sala de la Residencia Blume de Madrid, divididas en nueve celdas, se consignaban las tres opciones, con los costes y beneficios de los que iba a depender su modus vivendi
todos esos años. “Nos inspiró la visión del entrenador, su
convencimiento de que se podía lograr algo extraordinario con
deportistas muy normales, un equipo de pandereta, decimoquinto en la
clasificación mundial, en un país con poco más de 400 licencias”, cuenta
Maribel Martínez de Murguía, una de las porteras de aquella selección,
consultora de formación, coach y socia fundadora de la empresa Entrenadores de Talento.
En
aquella pizarra de la Blume se consignaban tres posibilidades, en
resumidas cuentas: 1. Participar. Coste: jugar por diversión. Beneficio:
desfilar en la inauguración, disputar tres partidos y ver el resto
desde la grada, eliminadas. 2. Quinto o sexto puesto. Coste:
Intensificar el esfuerzo, más entrenamientos y más duros. Beneficio: un
papel digno. 3. Competir por una medalla. Coste: un plan de máximo
esfuerzo, dedicación y compromiso, sin que ello garantizara el podio.
Beneficios: hacer historia y máxima satisfacción personal y de equipo.
“Brasa nos miró a los ojos y nos dijo: ‘Vais a ser vosotras las que
decidáis vuestro destino’. Y abandonó la sala. Debatimos y elegimos la
tercera opción. Era lo que él deseaba, pero actuó como un coach,
nos hizo participar en la decisión, nos convirtió en protagonistas de
nuestra propia historia. No fue un ordeno y mando. De esa forma se
garantizó el compromiso de las chicas. Fue un ejemplo evidente de lo que
ahora se llama coaching, el influjo de alguien con capacidad para convencer, inspirar e influir, en aquel caso, en sus jugadoras”.
La unidad en el equipo prevaleció por encima de situaciones tan
extremas como las de sus dos delanteras vascas. “Eran vitales para el
equipo y para nuestro juego. Una era abertzale y al padre de la otra lo
había asesinado ETA. No hubo ni un solo conflicto. Estaba latente,
sabíamos lo que pasaba, pero nunca supuso una dificultad para poder
avanzar hacia el objetivo. La meta común era tan importante que lo
individual quedó en un segundo plano”.
“El deporte es una simulación
de la vida a pequeña escala. No tiene valores muy diferentes de los del
día a día. Lo que ocurre es que el deporte tiene un feedback muy rápido.
Un partido se gana o se pierde. No hay más. Mientras practicas deporte,
cuando te vistes de corto, conoces a las personas. Con un traje se
puede disimular todo un poco más”, argumenta Xesco Espar, exjugador del
Barcelona de balonmano y extécnico azulgrana, autor del libro Jugar con el corazón.
La generosidad, el tener que dar lo que de uno se espera, es uno de los
valores que educan, en opinión de Espar, y que se adquiere en deportes
de equipo, como es el caso del hockey hierba. Pero también los deportes
individuales aportan valores a quienes los practican. “La seguridad en
uno mismo, el compromiso individual, tener personalidad, sacrificio”,
son algunos a los que se refiere Espar. “Un jugador bien preparado
psicológicamente puede multiplicar su valor técnico y táctico. Si no es
así, puede dividirlo. Es más, si no está motivado, en lugar de sumar o
dividir, ese valor puede multiplicarse por cero, irse todo al traste”,
afirma Espar.
En esta misma línea, la psicóloga deportiva Julieta Paris afirma que
el deporte “tiene que formar” y advierte de que en los casos de las
estrellas, de la élite, si este “está mal gestionado puede llegar a
deformar, a generar a alguien narcisista, histriónico”. Por qué la gente
se puede llegar a volcar tanto el deporte lo achaca Paris a que resulta
complicado adquirir los mismos valores en la sociedad: “Es más fácil
ver las cosas en los demás que en nosotros mismos”.
“Este tipo de estrategia se puede trasladar perfectamente a las
organizaciones empresariales, convertirse en una herramienta muy
inspiradora, que hace partícipes a los trabajadores”, explica Martínez
de Murguía. “Cuando hablamos del líder coach, el objetivo
último es ser prescindible. Debe ser alguien capaz de generar un
liderazgo tan compartido que al final da igual el responsable que esté
al frente”. Muchos directores o jefes rehúyen este tipo de estrategia.
“Tienen miedo de sentirse prescindibles. Tratan de fomentar que la gente
sea dependiente. Y eso no hace crecer a la organización porque no se
está explotando todo el talento que podrían brindarle sus trabajadores.
Muchas veces nos encontramos a líderes en ventas o en conocimientos,
pero que no tienen ni idea de gestionar grupos”.
Martínez de Murguía recuerda otro pasaje de su trayectoria deportiva como una lección de coaching.
Cuando tenía 30 años, fichó por un club holandés. Apenas hablaba inglés
y tuvo que adaptarse a un país y a una cultura muy diferente de lo que
conocía. “Me sentí perdida, fuera de lugar. Pero el entrenador me hizo
comprender que yo tenía muchos más recursos de los que creía. A través
de conversaciones y preguntas me hizo ver cómo podía corregir y mejorar.
Era un método que no tenía nada que ver con el ordeno y mando. En lugar
de ser vista como un par de manos y piernas que paraban goles, empecé a
entender que era vista como una persona completa, no solo en lo
deportivo, también en lo personal. No me sentía juzgada. En definitiva,
el coach nunca juzga. Ayuda a entender por qué has hecho esto bien o mal. Te convence de que la solución está en ti misma”.
Las palabras llevan asociadas una carga positiva o negativa que
influye en las modas. La paradoja es que el precio por sesión de un
psicólogo suele oscilar entre los 50 y los 70 euros, mientras que la
minuta de un coaching se mueve entre los 80 y los 200 euros. Joan Vives,
psicólogo del deporte y del rendimiento y autor del libro Entrenar al entrenador, explica: “El coaching
acaba por mostrarse como algo moderno, positivo, con alta validez
aparente y orientado al futuro; frente a la psicología, asociada
exclusivamente a problemas o trastornos personales, centrada en lo
negativo y orientada al pasado. A partir de ahí, es obvio que contar con
los servicios de un coach conllevaría una mayor deseabilidad social que contar con los de un psicólogo”.
Chema Buceta, profesor de psicología y director del máster de Psicología del Coaching de la UNED,
uno de los pioneros de la psicología del deporte en España y entrenador
de baloncesto, resume: “El coaching, en su pura esencia, es un método
de ayuda para personas que lideran. Eso se ha traslado también a la
ayuda a muchas personas que necesitan gestionar mejor su vida personal.
Se trata de ayudar a la persona a que encuentre sus propias respuestas, a
hacerla activa en ese proceso”.
Buceta, entrenador de baloncesto y director del gabinete de psicología del Real Madrid entre 2001 y 2007 y asesor y coach de altos directivos en diferentes empresas, explica la labor del coach.
“Es un profesional que trabaja tras el escenario. Ayuda a las personas
con responsabilidades de liderazgo a mejorar sus habilidades directivas y
optimizar el rendimiento de sus grupos de trabajo a través de un
entrenamiento o asesoramiento. Es alguien que, desde fuera, escucha y, a
través de una serie de preguntas clave, ayuda a adoptar la perspectiva
apropiada para adoptar las decisiones. Porque, a veces, estamos tan
dentro del bosque que no somos capaces de ver los árboles. El coach
acompaña al coachee o persona que ha requerido sus servicios en el
proceso de optimización de sus propios recursos, ayudándole a recordar,
ordenar, relacionar, jerarquizar, cuestionar, reconocer, evaluar, ver
desde otra perspectiva, buscar, comparar, decidir, planificar y actuar,
sin juzgar ni aportar ideas propias”.
Las empresas aprecian como un valor añadido la experiencia de los
deportistas de élite. “Cinco grandes profesionales de una importante
entidad bancaria tenían que llevar a cabo un proyecto y no se conocían
entre sí. Cuando me contrataron”, cuenta Martínez de Murguía, “me
dijeron: ‘Tú sabes lo que es el alto rendimiento, las situaciones de
máxima presión y estrés. Eso es lo que nos hace falta para impulsar este
tipo de proyectos’. Haber estado en un equipo de alto nivel es algo muy
valorado y admirado en las empresas, más allá del conocimiento en
desarrollo”.
La crisis también ha afectado a la contratación de coachings.
Los recortes de las empresas suelen empezar por la mercadotecnia y los
recursos humanos. “Hubo momentos de más auge y en que también se abusó
de implementar mal este tipo de métodos”, afirma Buceta. “Pero eso
también ha ayudado a que emerja el coaching en su más pura
esencia. Además, se están abriendo nuevos caminos, orientándolo al
terreno de lo personal y también empiezan a ser interesantes las vías
del coaching en el terreno de la salud, de la educación e incluso en el de las relaciones personales”.
Medallas ejemplares
• El deporte olímpico ha propiciado algunos gestos ejemplares. En 2008, el velocista estadounidense Shawn Crawford, campeón cuatro años antes, acabó cuarto en los 200 metros. Sin embargo, fue premiado con la medalla de plata porque descalificaron al segundo y al tercer clasificado. Churandy Martina, desposeído de la medalla de plata, recibió un paquete pocos días después en su domicilio, en las Antillas. Contenía la medalla y una nota, explicó él mismo, en la que Crawford le escribía: “No me siento bien con esa medalla. No me la merecía”.♦ Tras los Juegos Olímpicos de 1996 en Atlanta, dos deportistas españoles brindaron una lección de amistad. La selección de balonmano ganó la medalla de bronce. Mateo Garralda, al regresar a España, cogió su medalla, la cortó por el canto y cumplió la promesa que le había hecho a su amigo Enric Masip, ausente del torneo por lesión después de haber estado de manera ininterrumpida en la selección durante ocho años. Garralda se quedó la cara de la medalla y le dio la cruz a Masip. “Es mi amigo y se la merecía”, comentó el jugador vasco. Massip, cuando Garralda le hizo la promesa en la concentración de Sierra Nevada, le había dicho: “Estás loco”.
“Si caen nuestros mitos caen nuestros sueños”
R.A. / J.L.
Que el deporte aporta unos principios puede resultar una
perogrullada. De vez en cuando, sin embargo, hay quien se encarga de
demostrarlo para que no quepa duda de ellos. Más allá de los gestos de
las grandes estrellas, como el Príncipe de Asturias que premió, en
definitiva, el compañerismo entre Iker Casillas y Xavi ante las
rivalidades de sus equipos, hay otros héroes más anónimos. Es el caso
del atleta Iván Fernández, de 24, quizás el que más repercusión ha
tenido últimamente. Su imagen, señalando con el dedo la meta al keniano
Mutai, que se había confundido de llegada y al que decidió no vencer
porque había sido superior durante toda la carrera, era el fiel reflejo
de que hay algo más allá de la victoria a toda costa.Antes que Fernández, fueron otros, como las lecciones que les dieron a sus chicos los entrenadores Albert Puig, y unos años después, Sergi Barjuan. Ambos, técnicos del Barcelona, ordenaron a sus pupilos que se dejaran meter un gol después de una fea acción. En el caso del primero, que dirigía a las categorías alevines del club azulgrana, lo hizo después de que uno de sus jugadores no devolviese el balón al rival y decidiese marcar gol. En el caso de Barjuan, que a la postre fue galardonado con el Premio Infanta Doña Elena al juego limpio, lo hizo tras ver que su equipo había anotado con un jugador rival en el suelo.
A pesar de la repercusión que ha tenido su gesto, quizás por extraño, asume, Iván Fernández le sigue otorgando naturalidad: “Desde muy pequeño, el deporte me enseñó qué cosas son importantes, como el compañerismo, y cuáles no. Sabes desde muy pronto cuándo ser deportivo”, dice el atleta vitoriano: “Cuando vi que se paraba lo tuve muy claro. No me parecía de buena persona beneficiarme de un fallo. Me ganó durante toda la carrera”, añade el Fernández, que tampoco quiere que se le encasille como un ejemplo: “Todos tenemos cosas buenas y malas. No quiero que si un día decepciono a alguien vayan y me crucifiquen porque un día hice lo que hice”.
Para la psicóloga deportiva Julieta Paris hay un aspecto determinante: “El deporte no solo moldea el carácter, también lo pone de manifiesto. Como te muestras en la pista, te mostrarás en la vida”. Y pone un ejemplo: “Una persona que abandona una competición a las primeras de cambio no perseverará en el día a día”.
De ahí la importancia que tienen las grandes figuras, espejos para muchas personas, jóvenes especialmente, que se miran en ellos: “El deporte de élite genera mitos. Los mitos, para lo que sirven, es para tener un ejemplo. No queremos ser como él, pero sí ir por donde le ha ido bien, seguir su camino”, explica Paris. Sobre ello se corre una sombra tan en boga últimamente, la del dopaje, que no deja de representar los antivalores del deporte: “Con el dopaje la credibilidad ha caído. Cuando caen nuestros mitos caen nuestros proyectos, nuestros sueños”.
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