Mágico González y los demás olvidados

Cuenta la leyenda que Mágico González se quedó dormido en la mesa de masajes del Calderón, en el descanso de un Atlético de Madrid-Cádiz, mientras el técnico serbio Dragoljub Milosevic daba sus instrucciones. El presidente, Manuel Irigoyen, se puso de parte del delantero salvadoreño porque tendría “el sueño cambiado” y acabó por destituir al entrenador, sustituido por Benito Joanet. Jorge Alberto, Mágico, González (San Salvador, 1958) siguió durmiéndose en los lugares más insospechados y deleitando a los aficionados gaditanos en dos fases: dos años entre 1982 y 1984 y cinco más entre 1986 y 1991, con un breve paréntesis en el Real Valladolid. Mágico podía ser tan desequilibrante como Maradona aunque mucho menos constante a tenor de su falta absoluta de ego. “Yo he respetado mucho al fútbol; al que no he respetado es a mí mismo. Tal vez me cuidé menos que los demás porque venía de un fútbol sin fundamentos. Es como ir a la universidad sin antes pasar por la escuela”, explicó a este periódico en febrero de 2003, cuando recordó su coincidencia con Maradona en un hotel de Estados Unidos, donde El Pelusa estaba de gira con el Barça de Menotti. Sonó la alarma de incendios y bajaron todos menos Mágico, que yacía en la cama con una chica. “Maradona activó la alarma. Me enteré de la jugada y no quise bajar, pero al final me obligaron porque la seguridad era muy estricta”. Flaco y esquivo, Mágico evitaba el choque y se iba “por la tangente”. Era rápido de piernas y de cabeza. E inventó un regate, la culebra macheteada como la llamaban en su pueblo: “Recibía, encaraba y, con un movimiento de tobillo, enseñaba el balón por un lado y me lo llevaba por el otro. Y luego venía le velocidad para ganar la espalda al adversario”. El Cádiz había fichado a Mágico cuando estaba en Segunda, cubriendo la nostalgia de Carvallo, un chileno que dejó un sabor muy dulce en la Tacita de Plata.



Este tipo de futbolistas geniales e indisciplinados marcaron una época imborrable en la Liga. Procedente del Vasco de Gama e internacional con Tele Santana, Pintinho aterrizó en Nervión en enero de 1981 y se quedó para siempre. Carlos Alberto Gomes, Pintinho (Río de Janeiro, 1955), fue un medio creativo e intermitente, amante de la noche hasta mantener un pulso con el entrenador del Sevilla, Miguel Muñoz, que fue destituido. En el estreno de Manolo Cardo en el banquillo, Pintinho marcó cuatro goles ante el Zaragoza (1-4, el tanto zaragocista lo anotó Valdano) en un duelo grabado en el imaginario sevillista. Pintinho logró 23 tantos en 86 encuentros hasta 1984. Y llenó el hueco de Bertoni, el potente delantero argentino recién proclamado campeón del mundo con Argentina, acelerando en los dos años siguientes en el Sánchez Pizjuán.

El centrocampista Miguel Ángel Brindisi (Buenos Aires, 1950) pasó con una elegancia suprema por el estadio Insular, de la Unión Deportiva Las Palmas, entre 1976 y 1979. Firmó 29 goles en 92 partidos e imprimió un estilo muy personal junto a sus compatriotas Carnevali, Wolff y Morete, especialmente bien avenido con este último. El 10 latinoamericano siempre tuvo algo especial, una mezcla de clase y olfato para el gol. Como el paraguayo Arrúa en el Zaragoza de los años setenta (del 73 al 79), cuando lideró a los Zaraguayos (Diarte, Soto y Ocampos) al subcampeonato de Liga (74-75) y al de Copa un año después. Entre medias, un 6 a 1 al Real Madrid que todavía recuerdan las paredes de La Romareda. Saturnino Arrúa (Itá, Paraguay, 1949), mejor extranjero en 1974, recogía el relevo de otro zaragocista eterno, el extremo brasileño Canario, componente de la delantera de Los Magníficos en los sesenta: Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra.


En la senda de los mediocampista artísticos antes cruzó el charco José María Sánchez Lage (Buenos Aires, 1931-2005), que formó una pareja de seda con Paquito en el Oviedo de los sesenta. En el Tartiere estuvo hasta 1962-63, contribuyendo a la mejor campaña histórica del Oviedo, un tercer puesto en la Liga. Con Paquito también coincidió tiempo más tarde en el Valencia, donde volvería como secretario técnico para fichar a Alfredo Di Stéfano y ganar la Liga de 1970-71.

El Molinón todavía saborea los regates de Enzo Ferrero (Buenos Aires, 1953), cambiándose el balón de un pie al otro, en un culebreo incesante, a toda velocidad, arrancando desde el interior izquierdo. 54 dianas en 241 citas. Disfrutó de una década de éxito en el Sporting, desde 1975, procedente del Boca Juniors, hasta 1985: un subcampeonato de Liga, 1978-79, y dos de Copa del Rey, en 1981 y 1982. Dejó un perfume de tango y un cántico legendario contra el Madrid. El Sporting se jugaba la Liga contra el gigante blanco y el 25 de noviembre de 1979, en el Molinón, el técnico madridista, Bujadin Boskov, mandó a su lateral derecho, Isidoro San José, un marcaje individual sobre él. Saltaron chispas. “San José me dio un codazo que me rompió un diente y el labio”, explicó el extremo argentino. “Ferrero me dio una patada en la rodilla y me provocó una lesión muy grave”, respondió el defensa. El árbitro, Ausocua Sanz, solo expulsó al argentino. Y el público reaccionó con un grito extendido por todos los campos de España: “Así, así, así gana el Madrid”.

Carlos Caszely (Santiago de Chile, 1950) solo estuvo dos años en el Levante, de 1973 a 1975, antes de pasar tres cursos en el Espanyol, pero el club granota lo mantiene en un pedestal. Había huido de una dictadura a punto de nacer, la de Pinochet, y se topó con otra en plena vigencia, la de Franco. “En 1973 en España solo se hablaba de fútbol y de toros. Me enfrenté a Pinochet”, contó el tercer máximo goleador de Sudamérica, con 805 goles, tan solo por detrás de Pelé y Romario, en la fiesta del centenario del Levante. La sociedad granota estuvo muy avispada para fichar a un delantero pícaro y muy rápido, la estrella del Colo-Colo, un equipo deslumbrante que venía de ser subcampeón de la Copa Libertadores. En su etapa levantinista, Caszeli vacunó con cuatro goles al Rayo en Vallecas y se puso un cartel tan alto que el Espanyol pagó un millón de dólares pos su traspaso. “Fui el Jimmy Hendrix del fútbol”, se define el goleador del bigotito.



La puerta cinco de la Rosaleda lleva su nombre. Sebastián Viberti (Córdoba, Argentina, 1944) se convirtió en un ídolo de la hinchada del Málaga por su jerarquía en las cinco temporadas como 5 organizador y vocación ofensiva, pesa a una altura de central (1,87) y a un pie de baloncestista (un 46): en el día de la presentación no le encontraban botas de su tamaño. En 1974 se vio obligado a marcharse por los desacuerdos con el entrenador, Marcel Domingo. Con él, el Málaga fue un conjunto fiable, siempre entre los 10 primeros. Los jóvenes se dejaban el pelo largo para imitarlo. Y su muerte por un fallo en el corazón, en noviembre pasado, conmocionó al malaguismo.

El hondureño Gilberto Yearwood causó sensación como líbero por delante de la defensa en el Elche, el Valladolid, el Tenerife y el Celta antes de volver a su país, donde fue elegido, en 2006, como el mejor jugador hondureño de todos los tiempos. Otro central de jerarquía resultó el argentino Ricardo Rezza, primero en el Salamanca y después en el Sporting, donde dejó huella a finales de los setenta. Todos ellos jugadores modestos, en clubes pequeños, resistentes al olvido. Como Rafael, El Torito, Zubiría, un impetuoso extremo argentino triunfador en el Racing entre el 73 y el 77 antes de fichar por el Barça. Camino parecido al del diminuto goleador paraguayo Cayetano Ré (Asunción, 1939), 11 cursos en la Liga, primero en el Elche y después en el Barça y el Espanyol, pichichi en 1965, gloria del fútbol paraguayo. En los clubes humildes de la Liga siempre estarán en el recuerdo.


 Noticia: http://deportes.elpais.com/deportes/2013/03/18/actualidad/1363612612_678533.html


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