En los años 50, Charles Rogge, dueño de una fábrica de aparatos
electrónicos, decidió construir una casa en Cadaqués, un chalet oculto
entre rocas y árboles con acceso directo a una cala. Cuando Charles
Rogge murió, su hijo mayor, Jacques (Gante, Bélgica, 1942), heredó la
propiedad y todos los veranos reserva al menos una semana para disfrutar
de la Costa Brava. Durante el verano que ahora agoniza organizó una
cena con un grupo de amigos. "Ojalá salga elegida Madrid porque,
incluso, teniendo casi todas las infraestructuras construidas, podría
ser una alternativa a Río de Janeiro", dijo en ese tono sosegado,
tranquilo, que siempre usa. Era su última intención al frente del Comité
Olímpico Internacional (COI), y no se cumplió.
Hoy termina el mandato del octavo presidente de una de las
organizaciones más poderosas del planeta. Este belga de 71 dice adiós
dejando tras de sí un legado de limpieza, de solvencia económica –las
reservas del COI, según él mismo, han pasado de 100 a 900 millones– y de
firmeza en la lucha contra el dopaje. Todo con un quehacer asentado en
el profesionalismo, alejado de los sentimientos y de las nostalgias. Su
apoyo velado a la candidatura de Madrid, sin embargo, no surtió efecto, a
decir de muchos analistas del movimiento olímpico, por una razón obvia:
en el congreso de Buenos Aires él es el presidente saliente, y nadie le
debe ya fidelidad para el futuro. Rogge creía en Madrid. En una
entrevista con este periódico en marzo de este año, habló: "Ustedes ya
están listos. La crisis no les afecta porque lo sustancial ya está
construido". Los vericuetos del COI atendieron a otras razones.
Se marcha Rogge, cirujano ortopédico de profesión, casado y con dos
hijos, políglota –francés, inglés, alemán y español– y amante del arte
moderno. Se marcha tras 12 años al frente del COI. Fue elegido en el
Congreso de Moscú (2001), el mismo donde dijo adiós Samaranch y donde
Pekín fue elegida sede de 2008. Aterrizó con el apoyo de su antecesor y,
por tanto, con una victoria incuestionable en la segunda votación.
Durante este tiempo ha debido enfrentarse, por encima de todo, a las
críticas por llevar los Juegos hasta China, un país donde los derechos
humanos son papel mojado. Lidió como pudo con los intentos de censura
del Gobierno chino sobre internet, pero su pensamiento sobre aquella
cita la explicaba, también a este periódico, años después: "El COI no es
una organización política ni una ONG de derechos humanos".
Tuvo otras actuaciones controvertidas, como cuando se negó a que en
la ceremonia de inauguración de Londres se guardase un minuto de
silencio por las víctimas israelíes en el atentado de los Juegos de
Múnich’72. Según los susurros que cuentan los que más saben sobre el
COI, su apuesta, entre los seis candidatos que se presentan hoy a
sucederle, es Sergei Bubka, al que apoyan también, dicen, británicos y
franceses. Sin embargo, el ex atleta no es el favorito, papel que
corresponde a Thomas Bach.
Noticia: http://www.elmundo.es/elmundodeporte/2013/09/09/masdeporte/1378755168.html?a=26cc1c25917b309fa14bd05b994a7b80&t=1378813437&numero=
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